Los pequeños no están bien: Por qué las personas mentoradas se verán desproporcionadamente afectadas por la pandemia
* Artículo publicado en inglés el 2 de abril de 2020 en The Chronicle of Evidence-Based Mentoring. El artículo se basa en datos de Estados Unidos. Puedes leer el original aquí.
Por Jean Rhodes
A pesar de que parece que el COVID-19 no está teniendo consecuencias graves de salud para los niños y niñas, la juventud de los entornos más vulnerables es la que más probabilidades tiene de sufrir gravemente el trauma y las consecuencias económicas. Esto supone serias implicaciones para los programas de mentoría, que a menudo se dirigen especialmente a jóvenes en riesgo de exclusión. Por ejemplo, un análisis sobre los dos millones de personas jóvenes de entre seis y dieciocho años, a quienes la organización Big Brothers Big Sisters of America ha atendido durante la última década, reveló que la mayoría de ellas provenía de familias con rentas bajas (78%) y/o pertenecía a unidades familiares monoparentales (61%).[i]
Del mismo modo, en 2018 una evaluación con 2.165 jóvenes americanos que participaban en treinta programas de mentoría a nivel nacional constató que cerca del 70% de las personas mentoradas procedía de entornos vulnerables con raíces étnicas no mayoritarias.[ii] La gran mayoría (85%) de las familias de las personas mentoradas declaró que sus hijos e hijas habían experimentado estrés familiar recientemente (con familiares con problemas de drogas, discusiones familiares frecuentes o situaciones de estar sin hogar), mientras que más de tres cuartas partes (76%) constató que su descendencia se enfrentaba a adversidades económicas y preocupaciones de seguridad (como inseguridad de vivienda, inestabilidad en el trabajo de los progenitores, o pandillas o drogas en el barrio), teniendo las familias participantes unos ingresos medios anuales de entre $20.000 y $30.000.
Comparadas con la media nacional de juventud, las personas mentoradas tenían aproximadamente dos veces más probabilidades de estar viviendo en una situación de pobreza extrema, en unidades familiares monoparentales y de tener algún miembro de la familia en la cárcel. [iii]

A menudo, la juventud experimenta el estrés y la ansiedad tanto como sus ascendientes, especialmente aquellas personas que ya de por sí pertenecen a entornos vulnerables. En un excelente nuevo artículo para The Atlantic, citado más abajo, el periodista Vann R. Newkirk II explora las vulnerabilidades de los tipos de juventud a los que se dirigen los programas de mentoría.
«Para los niños y niñas que pasan tiempo en múltiples hogares, que cuentan con figuras externas para la orientación o mentoría, o que están acostumbrados a tener un flujo de familiares entrando y saliendo de casa, las continuadas medidas de confinamiento implicarán una separación profunda de esas personas que les brindan atención. Por muchas videollamadas que hagan, nada puede sustituir la ayuda que reciben de sus tíos, tías, abuelas o entrenadores. Para muchos jóvenes, esos apoyos son su principal puerta de escape de sus hogares tóxicos –o incluso peligrosos.
Mientras la mayoría de población adulta sigue trabajando o mantiene otras rutinas, la escuela es la principal fuente de estructura y sociabilidad de los menores. Los niños y niñas tienen vidas sociales ricas, a menudo experimentadas casi exclusivamente en la escuela y en las actividades extraescolares. Además, las escuelas son las principales proveedoras de muchos servicios esenciales. Como se debatía recientemente en la ciudad de Nueva York, las escuelas son la única herramienta que impide que algunos niños caigan en situaciones de inseguridad alimentaria. Incluso puede que las escuelas sean el único sitio en el que algunos tengan acceso a algún tipo de cuidado de la salud dental, física o mental; actividad física rigurosa; o agua potable. Un resumen de 2019 sobre los centros de salud escolares formales constató que éstos proporcionaban servicios de atención primaria a más de 6 millones de estudiantes en casi 11.000 escuelas. Los hogares de bajos ingresos ya están luchando para lidiar con el aumento de precios del agua municipal. Ahora, además, una fuente gratuita de agua para los menores de entornos vulnerables se acabará en algunos sitios durante un mes o más.
Las abrumadoras consecuencias económicas de la pandemia del coronavirus añaden una nueva dimensión de sufrimiento a la experiencia de la juventud. Los números no alcanzan a capturar la realidad de la situación. En medio de la inmovilidad masiva de sectores industriales enteros, quizás una quinta parte de todos los trabajadores han perdido sus trabajos o han visto sus jornadas reducidas en cuestión de días. Si la pandemia termina desencadenando en una recesión, los datos de las crisis anteriores indican que la seguridad alimentaria, la salud física y, en general, el bienestar de los menores va a disminuir, y rápidamente.
Rand Conger, profesor emérito en UC Davis e investigador de las consecuencias intergeneracionales de la pobreza, me dijo que los datos de las recesiones anteriores son claras, y que a penas estamos empezando a ver sus efectos. Conger estudió la crisis agrícola en los años 1980s, e hizo el seguimiento de los patrones de desintegración de las relaciones matrimoniales y parentales, además de los picos de abuso a menores. “Fue muy devastador para muchas familias,” dijo Conger, “y los castigos severos suelen aumentar.” La negligencia y abuso de menores suelen seguir a grandes eventos traumáticos, inestabilidad económica y al estrés. Lamentablemente, puede que ya esté sucediendo. Según consta, en un solo hospital en Fort Worth, Texas, se han tratado a seis menores con heridas severas relacionadas con el abuso físico. Los médicos creen que los casos están relacionados con el estrés experimentado por sus progenitores a causa de la pandemia.
Todas las evidencias sugieren que los menores –y especialmente los pobres– llevarán una increíble carga durante la pandemia y sus consecuentes shocks económicos. Pero está resultando difícil que estas evidencias se trasladen al debate nacional, actualmente dominado por las tasas de mortalidad y las estrategias de teletrabajo. Bruce Lesley, presidente de First Focus on Children, me trasladó que este perjuicio podría tener consecuencias para los menores. “Es todo aquello en lo que la gente no está pensando en relación con esta crisis y cómo alimenta los problemas existentes y los empeora,” dijo. “En muchos sentidos, creo que la gente no está captando todos estos temas.”
Es un ejercicio macabro y que provoca ansiedad –el hecho de intentar prever todas las cosas que podrían terminar mal– pero es un ejercicio que Lesley considera necesario para poder trabajar proactivamente para salvar a los niños y niñas. Además de mantener los pagos directos a las familias durante la crisis, Lesley aboga por una expansión del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP en sus siglas en inglés), un aumento en los fondos de apoyo federal para menores sin hogar o en hogares de acogida, y una moratoria nacional de los desalojos. En una nota positiva, hay muchísimas lecciones para aprender de eventos como la Gran Depresión (de 1929), la crisis del VIH y el Huracán Katrina que pueden ayudar al país a prepararse para proteger a la generación más joven.
El coronavirus es un monstruo desconocido. Al romper con los lazos intergeneracionales, altera las formas en que las familias habían lidiado con los desastres tradicionalmente. Es especialmente difícil de combatir en la época actual de economías interconectadas. Y, por alguna peculiaridad biológica, parece que el virus no está afectando a los niños y niñas. Todos estos factores pueden llevar a los americanos a pensar en esta situación como algo nuevo, a sentirse aliviados por su piedad selectiva. Pero la consecuencia más probable de esta pandemia, como en otros momentos de la historia, será evidenciar de nuevo las injusticias más básicas. Para los menores y sus familias, esto podría significar que las tasas de mortalidad son solo el principio de la historia.»
Para leer el texto original en The Atlantic, sigue este enlace.
[i] Jarjoura, Tanyu, Herrera, & Keller. Evaluation of the Mentoring Enhancement Demonstration Program.
[ii] Children’s Defense Fund. (2014). The State of America’s Children. Washington, D.C.: Children’s Defense Fund.
Mental Health America. (2017). 2017 State of Mental Health in America. Alexandria, VA: Mental Health America.
National Center for Educational Statistics. (2017). The condition of education. Washington, D.C.: NCEC. Retrieved from https://nces.ed.gov/pubsearch/pubsinfo.asp?pubid=2017144
[iii] Danielson, M. L., Bitsko, R. H., Ghandour, R. M., Holbrook, J. R., Kogan, M. D., & Blumberg, S. J. (2018). Prevalence of parent-reported ADHD diagnosis and associated treatment among U.S. children and adolescents, 2016. Journal of Clinical Child and Adolescent Psychology, 47(2), 199–212. https://doi.org/10.1080/15374416.2017.1417860
Eisenhower, A., Blacher, J., & Bush, H. (2015). Longitudinal associations between externalizing problems and student-teacher relationship quality for young children with ASD. Research in Autism Spectrum Disorders, 9, 163-173. doi:10.1016/j.rasd.2014.09.007.
Raposa, E. B., Rhodes, J. E., & Herrera, C. (2016). The impact of youth risk on mentoring relationship quality: Do mentor characteristics matter? American Journal of Community Psychology, 320–329. https://doi.org/10.1002/ajcp.12057
Jarjoura, Tanyu, Herrera, & Keller. Evaluation of the Mentoring Enhancement Demonstration Program.
Herrera, C., DuBois, D. L., & Grossman, J. B. (2013). The role of risk: Mentoring experiences and outcomes for youth with varying risk profiles. New York, NY: MDRC.